Comentario
Las peregrinaciones a lugares considerados sagrados dentro del mundo cristiano tienen un claro componente económico, pues el desplazamiento de peregrinos hasta los lugares de destino hace necesario contar con una infraestructura de alojamientos y servicios para satisfacer sus necesidades. Así, ya desde época medieval, posaderos y dueños de establos ofrecían sus servicios en los caminos. Cerca del santuario, buhoneros y comerciantes vendían alimentos, recuerdos y amuletos, como placas de plomo para coser en los sombreros o frascos de metal con escenas de la vida de los santos, usadas para guardar agua de los manantiales sagrados o aceite de las lámparas que se encendían junto a la tumba del santo.
La importancia económica de las peregrinaciones quedó clara ya desde muy antiguo. La monja Egeria, que visitó Tierra Santa a finales del siglo IV, refiere cómo existía en Egipto, Palestina y Siria un sistema de guías y 200 albergues para peregrinos. La peregrinación a Jerusalén resultaba muy peligrosa, dada la distancia y la diversidad de regiones que era preciso atravesar, pudiendo hacerse por tierra o por mar. En ambos casos, el peregrino necesitaba una ayuda que debía costear, bien haciéndose escoltar, bien embarcando en un navío.
Las peregrinaciones de gran tamaño de los siglos XI y XII, como las de Roma, Santiago de Compostela o Canterbury, reflejaban la expansión de la economía europea, pues acabadas las invasiones de vikingos y sarracenos se pudieron roturar nuevos campos y comerciar con regiones más alejadas, creando una riqueza que permitió crecer a las ciudades y costear travesías peligrosas.
Peregrinaciones y romerías siguen en la actualidad generando un gran volumen de negocio. La masiva afluencia de devotos y curiosos hacia sitios como Fátima, Lourdes, Czetochowa o Medjugorje hace de estos movimientos de población un factor económico de primer orden.